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Me gusta trabajar con el lenguaje, y a veces contra él, contra el “escribir bien” - ¡Zas! Madrid

Me gusta trabajar con el lenguaje, y a veces contra él, contra el “escribir bien”
Pedro M. Domene
  • On 10 septiembre, 2015
  • http://acabodeleerymegusta.blogspot.com/

Entrevista a las dos escritoras argentinas de moda: Ariana Harwicz y Selva Almada 

Selva Almada

«¿Deudas con Onetti, Faulkner y Caldwell? No sé, no creo que ninguno se moleste en salir de su tumba para cobrarme»

 

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Selva Almada nació en Entre Ríos en 1973. Es autora de los libros Mal de muñecas (2003), Niños (2005) y Una chica de provincia (2007). Integra diversas antologías de cuentos, entre ellas Die Nacht des Kometen (Alemania, 2012). Ha publicado dos novelas, El viento que arrasa (2012), donde Almada, como una paisajista, se detiene en detalles mínimos para captar el modo que tienen los personajes de relacionarse con la soledad y el silencio, y lo hace con naturalidad; y Ladrilleros (2013), ambas en Mardulce, que hace un año iniciaba su andadura editorial en España. Fue becaria del Fondo Nacional de las Artes. Co-dirige el ciclo de lecturas Carne Argentina. Coordina talleres de escritura en Buenos Aires y en el interior del país.

¿Está de acuerdo en calificar su prosa entre poética y realista?


Siempre le di mucha importancia al cómo se cuentan las historias y no sólo a contar una historia. Me gusta trabajar con el lenguaje, sobre y a veces contra el lenguaje, contra el “escribir bien” sobre todo. Hace veinte años que escribo, los primeros diez me preocupé en aprender a “escribir bien” para después poder romper todo y “escribir mal”. Con esto quiero decir: escribir lo que quiero y como quiero (que a veces es “como puedo”). Y sí mis ficciones son bastante realistas, pero nunca documentales (excepto Chicas muertas, claro). Y hay una búsqueda en el ritmo de la prosa que puede ser poética o que puede dar esa impresión. Me gusta mucho la poesía, en Argentina hay grandes poetas, pero también me parece un género dificilísimo.

 

 

Empezó escribiendo cuentos, y en estos últimos años, se pasó a la novela, ¿qué diferencias establece entre ambos géneros, si es que las establece?

 

No hay diferencias, excepto las obvias: una novela exige quedarse más tiempo en ese universo, uno entra y sale con esa familiaridad con la que entra o sale de su casa… En cambio el cuento exige estar ahí poco tiempo pero con mucha intensidad, no se puede entrar y salir, cuando entras es para quedarte todo lo que haga falta.

 

 

Su novela, El viento que arrasa (2012) ¿es el homenaje a su tierra?

 

No, para nada. Yo nací y crecí en Entre Ríos y esta novela transcurre en el Chaco, dos paisajes absolutamente distintos, dos idiosincrasias muy distintas también.

 

 

 

La crítica afirma que sus huellas literarias se hallan entre Onetti, Faulkner y Caldwell, ¿esto es más un halago o una deuda que deba pagar?

 

Cuando empecé a escribir Onetti era una iluminación constante. Es un escritor que admiro muchísimo, uno de nuestros grandes escritores. Onetti era muy lector de los norteamericanos, entre ellos de Faulkner y seguramente de Caldwell. A mí también me gustan mucho esos escritores, aunque los descubrí hace pocos años. Después me di cuenta que cuando leía a Onetti ya los leía a ellos en cierto modo. Me halaga cuando los rastrean en mi obra, claro, los escritores somos antes que nada lectores. Deuda no sé, no creo que ninguno se moleste en salir de su tumba para cobrarme algo a mí.

 

 

¿El paisaje es importante en El viento que arrasa y de alguna manera caracteriza a sus personajes?

 

El paisaje se articula en la novela como un personaje más…, interactúa con los otros personajes, influye en ellos y en sus acciones, sí.

 

 

 

 

Y luego está, la fuerza de lo oral, o la oralidad de los personajes, ¿de dónde proviene ese intento de alejarse del costumbrismo argentino?

 

Me gusta trabajar con el registro oral. Tengo buen oído para captar esos matices y registrarlos en la memoria. Me gusta que aparezcan en las voces de los personajes y que a veces hasta contaminen la voz de un narrador omnisciente. El costumbrismo es una cosa hueca, nunca me interesó.

 

 

 

 

Cuatro personajes, tres masculinos y una joven mujer, ¿subyace, tal vez, un concepto de machismo?

 

Soy feminista. Sabiéndolo mucha gente me ha hecho la misma pregunta: ¿por qué personajes hombres y no mujeres? y ¿ese tipo de hombres? Los personajes masculinos me causan mucha curiosidad, por eso los elegí en mis dos novelas, pero la mayoría de mis relatos son protagonizados por mujeres y Chicas muertas es un libro que se ocupa puntualmente del tema de la misoginia y la cultura patriarcal en la que vivimos… en ese aspecto creo que no le debo cuentas a nadie. En mis ficciones no me interesa hablar de o dejar tal mensaje. La literatura didáctica nunca me interesó. En El viento que arrasa aparecen sólo tres mujeres, una sola en presencia (Leni), las otras dos ausentes (su madre y la madre de Tapioca)… creo que en las tres se evidencian bastante los estragos de la cultura patriarcal como para que haya dudas acerca de si mi literatura es machista. Definitivamente creo que no lo es.

 

 

Se lo pregunto porque hay una evidente tensión entre los hombres, y la mirada siempre expectante la joven Leni, pero aparentemente nunca ocurre nada, ¿es así?

 

Yo creo que aunque no lo parezca en la novela ocurren muchas cosas. Es una historia aparentemente pequeña, sencilla, pero hay algo subterráneo, ominoso que por momentos sale a la superficie. Quizá en esas pocas horas que transcurren en la novela no lleguemos a vislumbrar todo lo que pasa o lo que pasará, pero no creo que no ocurra nada.

 

 

La violencia del medio, donde se desarrolla la novela, ¿evita de alguna manera el enfrentamiento de estos personajes, sobre todo del reverendo Pearson y del Gringo Bauer?

 

Yo creo que Pearson y Brauer se enfrentan a lo largo de toda la novela, si tuviera que sintetizarla diría que es el enfrentamiento entre dos personajes aparentemente opuestos, en el fondo muy parecidos. Se enfrentan a tal punto que hasta hay una pelea a las trompadas.

 

 

Cada personaje guarda su propio secreto, algo que no se desvela a lo largo de la novela, la información sobre ellos es mínima, y solo las circunstancias o el destino los une para desarrollar todo el relato, ¿escenifica usted, de alguna manera, el desarrollo de unas vidas destruidas?

 

No diría que son vidas destruidas. Quizá sean relaciones complejas: las relaciones entre padre e hija, por ejemplo; o entre dios y los hombres… si hay un personaje que pueda tener la vida destruida quizá sea la madre de Leni, que no tuvo oportunidad al parecer. En el caso de los demás personajes, creo que nada está dicho, que pueden torcer el rumbo.

 

 

Y otra pregunta, al hilo, ¿de qué manera influencia la religión o lo religioso en El viento que arrasa?

 

No fue pensada como una novela religiosa o sobre la religión, para nada. Al ser uno de sus personajes un pastor evangelista, la religión o, diría más exactamente, la fe es uno de los temas y no es menor porque se enfrenta a la concepción que tiene Brauer. Pero yo no soy una persona religiosa. Para escribir los sermones me valí de unos folletitos que dejaron en mi puerta alguna vez los Testigos de Jehová… una fuente bastante sintética del asunto, como verá…

 

 

Porque, en realidad, ¿el reverendo es un mal tipo? ¿se parece más a un pastor norteamericano?

 

No sé si es un mal tipo. A mí me gusta construir personajes contradictorios: ninguno es bueno o malo, siempre son las dos cosas… en todo caso, el lector decide si le cae bien o mal, si empatiza o no. Pero creo que Pearson tiene tantos malos sentimientos como buenos sentimientos, que es un personaje complejo, difícil de catalogar de una primera ojeada.

 

 

 

 

¿Cuánto hay de autobiografía, si es que la hay, en sus libros?

 

En El viento que arrasa no hay nada, es una obra de ficción.

 

 

Recomiéndenos, brevemente, su siguiente novela publicada, Ladrilleros (2013).

 

Ladrilleros es mi segunda novela. Es bien distinta a El viento que arrasa. Es una novela más desbocada, más desbordada, con personajes violentos, sexuales, gozosos… y con escenas que los acompañan en esos sentidos. El lenguaje es distinto también, hay un registro oral mucho más intenso. El viento que arrasa es una historia que escribí en voz baja, casi en un susurro que es como se supone que le hablamos a dios. A Ladrilleros la escribí como esos perros que están mucho tiempo atados y los sueltan y se desmadran. Pero creo que hay que leerlas en el orden que se escribieron: primero El viento que arrasa.

 

    El-viento-que-arrasa315 El viento que arrasa (Mardulce, 2015) empieza cuando el reverendo evangelista Pearson y su hija Leni se ven obligados a retrasar su llegada a Chaco por un fallo mecánico en su vehículo. Una camioneta los remolca hasta una vieja estación de servicio. Allí regenta un taller mecánico el Gringo Brauer y su ayudante Tapioca, un adolescente que está bajo su tutela desde que su madre se lo confió. Ambos se encargarán de la avería que, sin embargo, se demorará algunas horas, el tiempo suficiente para que Almada nos presente, desde el principio, su historia y a unos curiosos personajes, sobre todo inestables, envueltos en deseos individuales y en conflictos mayores que exceden a una quebradiza voluntad, una tensión que planea sobre ese aspecto calificado tanto individual como colectivo. Leni la padece cuando percibe un desfase entre su padre, el pastor, que acerca “paraísos eternos” a multitudes deseosas de fe, aunque el hombre sea incapaz de brindarle a su hija un paraíso pequeño, terrenal, simple, como una casa, una madre, o un jardín donde jugar con sus amigos. O el intento del Reverendo Pearson de ganar para Cristo al joven Tapioca, un alma pura, de recién nacido. Y lo va consiguiendo gradualmente a lo largo del relato, hasta hechizarlo con sus palabras y con sus mensajes del Reino de los cielos, y el Fin del mundo. Poco a poco el Gringo va observando el entusiasmo religioso de su ayudante e hijo adptivo, algo bastante incómodo para él, porque solo cree en la revelación de la naturaleza y sus circunstancias, y considera a la religión cosa de débiles. Se apura en arreglar el coche averiado para alejar al pastor de su casa, pero una tormenta se interpone. Por su parte, el Reverendo empieza a operar tácticamente y se propone convencer al Gringo para que deje que Tapioca los acompañe, al menos solo por unos días. Novela de trama sencilla, avanza acompasadamente con momentos de intensidad y hasta de tensión para convertir el texto en una urdimbre narrativa que contrasta el alma de criaturas con el paisaje y el determinismo propio del hábitat donde se desarrolla la novela, y la narradora recurre a abundantes episodios del pasado para contar la historia de los cuatro personajes, y salirse así de los límites del presente; una posibilidad de conocerlos más íntima y vivamente, unos seres que casualmente se han encontrado en las cercanías del pueblo chaqueño Gato Colorado, en la frontera entre Santa Fe y Chaco, lugares mágicos de un hermoso país como Argentina.    

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