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¡Zas! Madrid | March 29, 2024

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¿La izquierda va a proponer medidas ante esta nueva recesión económica? - ¡Zas! Madrid

¿La izquierda va a proponer medidas ante esta nueva recesión económica?
Albert Recio Andreu

No podemos dejar que ante una nueva recesión, la izquierda sea incapaz de tener una voz propia que favorezca cambios

Los indicadores que apuntan a una recesión siguen en aumento, y los comentarios de instituciones que alegan que es solo una desaceleración alarman más que tranquilizan

El brexit unilateral es una de las posibilidades de que las cosas vayan mal (lo de Thomas Cook puede haber sido un pequeño aperitivo), o puede que un Trump cercado por el impeachment trate de desviar la atención con una nueva medida que añada más incertidumbres

La economía capitalista mundial se mantiene en equilibrio sobre unos cimientos tan frágiles e inestables que cualquier movimiento inesperado puede provocar un desastre. Había un tiempo en que los expertos calmaban a la gente afirmando que «los fundamentos son sólidos», pero tras la crisis de 2008 casi nadie es capaz de explicar cuáles son esos datos fundamentales que dan confianza.

Situémonos en el peor escenario, que la recesión estalla con fuerza, que se aceleran la destrucción de empleo, las quiebras empresariales y la sensación de caos. La pregunta para mí crucial es qué propuestas se van a plantear desde los espacios alternativos, qué batallas habrá que tratar de ganar.
Una respuesta clásica es acusar al capitalismo de provocar la crisis y exigir que la pague él. Es obvio que el capitalismo en general, y el capitalismo especulativo actual en particular, son los principales responsables del problema, pero señalar al culpable no significa buscar soluciones. Pensar que la denuncia llevará fácilmente a una revolución social está fuera de lugar. Las sociedades capitalistas actuales han configurado una estructura social tan compleja, un modelo civilizatorio tan consolidado, que a corto plazo la idea de un cambio radical sólo la mantienen algunas minorías. Y, por otra parte, tras los sucesivos fracasos de las experiencias anticapitalistas anteriores es dudoso que mucha gente se lance de inmediato a una transformación que le suscita miedos e incertidumbres enormes. Si queremos cambios profundos estamos obligados a plantearnos dos cosas: qué movimientos vamos a construir de inmediato y cómo pensamos que tendría que ser la sociedad futura (lo que supone aprender de los fracasos del pasado y analizar el potencial de cambio de lo existente en la actualidad). Como el segundo objetivo es muy complejo y el tiempo apremia, me limito a efectuar algunos comentarios sobre las respuestas a corto plazo.

Lo primero que puede apuntarse es la evidencia de que las respuestas que se dieron en la crisis anterior han mostrado su ineficiencia, su iniquidad, de modo que un primer paso es saber contestar las propuestas que puedan venir del establishment económico. Al fin y al cabo, ellos tienen tantas carencias como nosotros (aunque mucho más poder) y bastante tendencia a comportarse con pautas preconcebidas.
A este respecto hay varias cuestiones bastante claras:
La presunción de que insuflar capital a los bancos se traducirá en un aumento de la actividad económica es errónea. En general falla por el problema de la «trampa de la liquidez» (las empresas privadas no se embarcan en grandes inversiones cuando las perspectivas económicas son desalentadoras), y también porque los propios bancos son renuentes a conceder crédito cuando temen un elevado nivel de impagos (la mayor parte de la banca mundial aún sigue purgando los efectos del boom financiero anterior a la crisis). Pero aún lo son menos en el mundo altamente especulativo de los mercados financieros actuales.
La política monetaria, el instrumento de intervención dominante desde el triunfo del neoliberalismo, ha demostrado su debilidad, en gran parte vinculada a lo comentado en el punto anterior. Hay que poner en práctica otro tipo de intervenciones.
El «ajuste expansivo», la receta que se impuso a los países endeudados, ha demostrado ser un auténtico fiasco. Provocó una segunda recesión con un devastador coste social y, como es el caso de España, un aumento importante de la deuda pública.
De esta crítica se pueden extraer algunas propuestas en positivo:
No deben darse ayudas a los bancos sin contrapartidas y sin regular en serio el sistema financiero. Entre estas contrapartidas debería incluirse un jubileo de la deuda a los sectores más desfavorecidos de la sociedad.
La política monetaria debe perder su predominio en favor de una política fiscal y de una regulación de aspectos importantes del funcionamiento de los mercados, desde una política laboral que garantice derechos básicos hasta la regulación de las actividades con un impacto social global. En algunos casos hay que dar paso a lo público.
Ante la deuda (y esto es importante para países como España) siempre es mejor aumentar los impuestos que recortar los gastos, así que hay que proponer una reforma fiscal en profundidad a la par que un incremento del gasto.

Hasta aquí las propuestas convencionales, orientadas en un claro sentido: evitar una repetición de la crisis anterior y sus efectos sociales, reducir las desigualdades y aumentar el control social sobre el capital privado. Es evidente que ello debería llevarse a término a diferentes niveles, desde el local hasta el global, y que de lo que se trata es de generar dinámicas favorables en todos los ámbitos.
Sin embargo, es asimismo obvio que nos enfrentamos no sólo a una crisis internacional convencional, sino también a una crisis ecológica de creciente intensidad y a un aumento de las desigualdades que no sólo se explica como un efecto de la crisis sino que venía gestándose desde mucho tiempo atrás. La precariedad laboral no nació en 2008 sino que era una cuestión puesta ya de relieve en la década de 1980, aunque su intensidad no ha dejado de crecer.
Lo que se plantea ahora es la necesidad de una reestructuración económica mucho más global y compleja, afrontar un problema que pone en cuestión los propios conceptos básicos que manejan la mayoría de los economistas para evaluar la eficiencia de las políticas, y sobre cuya transformación la mayoría tenemos ideas nebulosas. Me incluyo entre los que piensan que el capitalismo en sus diversas versiones, una actividad económica impulsada por el afán de lucro privado, es incompatible con una economía igualitaria, basada en la búsqueda del bienestar universal y acotada por las limitaciones que marca la sostenibilidad ecológica. Pero realizar el tránsito de una economía capitalista a otra ecosocialista obliga a plantear las cuestiones que ya he destacado en el primer apartado. Aunque no tenemos tiempo, apoyo social ni propuestas claras para dar el salto inmediato a una sociedad poscapitalista con sensibilidad ecológica, debemos introducir propuestas que vayan en esta dirección.
Creo que ello incluye desechar algunas ideas e introducir algunas cautelas. Las ideas principales que hay que desestimar son la que sostiene que vivimos en sociedades inmensamente ricas que pueden garantizar un tipo de bienestar incondicional a todo el mundo y la de que la solución más sencilla a nuestros problemas consiste en encontrar las respuestas tecnológicas adecuadas. Pensar que una economía ecológicamente sensible se circunscribe a introducir alguna limitación al comportamiento humano y, al mismo tiempo, a chequear la mayoría de las respuestas tecnocráticas difícilmente supera un test de sostenibilidad. Lo cual no implica abandonar la preocupación por garantizar niveles de vida aceptables a todo el mundo ni despreocuparse del cambio tecnológico, pero sabiendo cuáles son sus límites y condicionantes.

El New Deal verde ofrece una posibilidad de avance, pero hay que ser conscientes de que todo paso adelante en materia ambiental tiene efectos contradictorios sobre el empleo: puede crearlo en la producción de algunos bienes, como ya está ocurriendo en las energías renovables o en la fabricación de nuevos sistemas de movilidad, pero necesariamente debe ser destructivo en el caso de otros, como en la industria automovilística o el turismo. Ello tiene consecuencias importantes en términos de empleo y distribución de la renta, así como un claro impacto desde el punto de vista espacial, puesto que si algo ha hecho la globalización ha sido polarizar la especialización productiva de muchos territorios (especialmente fuera de los ámbitos metropolitanos). Podemos apoyar la aplicación de políticas ambientales, pero incluyendo en ello claras medidas de control que eviten desvíos especulativos (dar primas generosas a algunas tecnologías puede simplemente desplazar las inversiones especulativas hacia estas y acabar generando una sobreinversión que no resuelva a fondo los problemas ambientales) y previendo los impactos sociales de las restricciones. Una economía ecológica exige un diseño mucho más claro de los efectos directos e indirectos de las políticas, a diversas escalas, tener en cuenta tanto su impacto ambiental como su impacto social, así como la elaboración de programas que ayuden al tránsito y que no dejen gente fuera. Hay muchas posibilidades de introducir cambios profundos en el funcionamiento económico, pero ello sólo será posible si se adopta un diseño comprensivo de las políticas y su evaluación toma en cuenta la variedad de elementos y efectos que tienen lugar. No es una cuestión técnica; la participación de la población afectada, su comprensión de los problemas, debe formar parte del propio cambio de las políticas.

Como siempre, el lector estará a estas alturas atónito. No hay propuestas de acción claras, tan sólo algunas ideas fuerza —uno no tiene energías ni capacidad para más—, pero hay un mensaje en el que quiero insistir: no podemos dejar que ante una nueva recesión la izquierda sea incapaz de tener una voz propia que favorezca cambios. Debemos desarrollar algunas propuestas a partir de la crítica a las políticas realizadas en la crisis anterior, plantearlas ante la ya inevitable crisis ecológica, y hacerlo aceptando la complejidad y multiplicidad de interacciones que estas reformas van a poner en marcha. No obrar así es apostar por prolongar la crisis social y ecológica, apostar por la barbarie. Hay demasiada gente, demasiada energía social, consciente de los males del mundo como para no intentar generar voces, propuestas que ayuden a modificar la orientación de la economía actual.

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