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El escritor David Roas publica 'Niños', su colección de relatos fantásticos más reciente - ¡Zas! Madrid

El escritor David Roas publica ‘Niños’, su colección de relatos fantásticos más reciente
Pedro M. Domene
  • On 27 marzo, 2023
  • http://acabodeleerymegusta.blogspot.com/

«Vivimos buenos tiempos para lo fantástico»

El escritor David Roas, autor de Niños (Fotografía de ©lsabel Wagemann).

David Roas, escritor y profesor de Teoría de la Literatura, dirige el Grupo de Estudios sobre lo Fantástico. Autor de los volúmenes de cuentos Los dichos de un necio (1996), Horrores cotidianos (2007) o Monstruario (2021), y de las novelas Celuloide sangriento (1996) y La estrategia del koala (2013). En Páginas de Espuma ha publicado, Distorsiones (2010), Bienvenidos a Incaland, (2014), Invasión (2018) y su entrega más reciente, Niños (2022).

Es usted un teórico y el impulsor de la literatura fantástica en España, ¿goza de buena salud el género?
Ya hace algunos años que no dejo de insistir en que vivimos buenos tiempos para lo fantástico. Y no solo por la creciente cantidad de escritores y de escritoras que lo cultivan, sino también por la atención que le están dedicando la crítica (periodística y académica), las editoriales e incluso los premios literarios (Cristina Fernández Cubas ganó el Premio Nacional de Narrativa en 2016 —y el de la Crítica en 2015— con un libro de cuentos fantásticos: La habitación de Nona… (uniéndose en una misma persona tres elementos poco valorados en estos premios: ser mujer, escribir cuentos y que muchos sean fantásticos). Un interés por la literatura fantástica que también se debe en parte a la importante presencia que el género está teniendo en la TV actual (no me olvido del cine, pero ahí lo fantástico siempre ha tenido su lugar especial).
Así, y volviendo a lo que decía al principio de mis respuesta, me parece muy revelador que editoriales de prestigio no especializadas en lo fantástico, como Anagrama, Impedimenta o Páginas de Espuma, incluyan en sus catálogos una buena muestra de la literatura fantástica que se está haciendo en España y Latinoamérica.
A ello hay que añadir otro buen síntoma: en los últimos años están surgiendo nuevas editoriales y colecciones específicamente dedicadas a la publicación de obras que exploran los diversos caminos de lo no mimético (fantástico, insólito, ciencia ficción, weird…): basta citar la editorial albaceteña InLimbo, dirigida por Ana Martínez Castillo, una de las creadoras fantásticas actuales más destacadas, o la colección “Las Puertas de lo Posible”, que Natalia Álvarez, experta en lo fantástico, dirige dentro del sello Eolas. El trabajo de estas editoriales está resultando esencial para visibilizar y potenciar el consumo y la creación de obras fantásticas en nuestro país.
También resulta muy revelador la importante presencia que está teniendo lo fantástico entre los investigadores universitarios a través de proyectos nacionales subvencionados, grupos de investigación, revistas, tesis doctorales y, evidentemente, el también creciente número de ensayos y artículos sobre la materia. Aunque todo eso no significa que debamos relajarnos, pues todavía hay quien piensa que lo fantástico es simple evasión, literatura de segunda, entretenimiento banal… Todavía queda mucho por hacer

Espero que se sienta usted el representante del horror en este país.
Eso lo dirán los lectores y las lectoras… Ahora mismo hay un amplio y variado grupo de escritores y escritoras españoles que, por caminos e intenciones diversos, estamos cultivando lo fantástico y lo inquietante de forma muy renovadora. Desde los maestros todavía (muy) en activo, como Cristina Fernández Cubas y José María Merino, pasando Fernando Iwasaki, Ángel Olgoso, Manuel Moyano, Patricia Esteban Erlés, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Félix J. Palma, Jon Bilbao, Ana Martínez Castillo, Gemma Solsona, María Zaragoza Ariadna Castellarnau, Santiago Eximeno, Ismael Martínez Biurrun… La lista es ya muy larga para repetirla aquí. A estos nombres habría que añadir la también creciente lista de autores y autoras actuales que cultivan lo fantástico en catalán, gallego y vasco.

¿Nuestra infancia ha quedado dibujada en los miedos que sufrimos?
No sé si eso se puede afirmar en sentido general, pero es cierto que las experiencias infantiles —en este caso con el miedo— nos marcan en la edad adulta. Aunque los adultos somos también especialistas en crearnos nuevos miedos. En mi caso, solo permanece el constante miedo a la muerte (no al hecho de morir, ni de pensar en muertes terribles o dolorosas, sino al inaceptable hecho de la desaparición absoluta), que me acompaña desde mi más tierna infancia y que uno va capeando como puede.

¿La realidad de nuestra vida queda, entonces, retratada en el espacio de esa etapa?
Mucho de lo que somos viene de ahí, además de lo innato y de lo que —inevitablemente— heredamos. Aficiones, obsesiones, fobias… mucho se dibuja ya en nuestra etapa infantil. Lo interesante es qué hacer con ellas, sacarles partido. ¿Escribir cuentos?

¿El miedo de la infancia sobrevive en el tiempo y nos llega cuando somos adultos?
Como decía antes, todo depende de la persona y de su relación con el mundo y con los otros. Hay miedos propios de la infancia que se curan al madurar, pero otros permanecen ahí o incluso son alimentados por la familia (un lugar muy productivo para el delirio y/o el horror), el trabajo, las relaciones amorosas…

El título de su nueva colección, Niños, ¿es una declaración de intenciones para el lector?
Es el mejor resumen que se me ocurrió de lo que quería ofrecer a quienes se asomaran a su interior. Un conjunto de historias sobre la infancia, aunque en muchas de ellas el protagonismo está compartido entre el niño y el padre. De ahí también el Niños en plural, que no solo incluye a los personajes infantiles, sino también a esos padres (en masculino) en su experiencia como progenitores, que traen al mundo a hijos a los que deben cuidar, proteger, educar… y querer. Los niños de mis cuentos son también, y sobre todo, espejos donde se miran esos padres, donde se reconocen pero también donde descubren cosas tanto sobre ellos (miedos, obsesiones, placeres) como sobre esos minúsculos seres que de repente caen en sus manos.
Puntualizaba antes lo de padres “masculinos” porque ese es otro elemento que me gustaría destacar del libro: si bien estamos ya acostumbrados a que las autoras reflexionen sobre la maternidad, tanto desde un punto de vista realista como fantástico o, al menos, inquietante, son escasísimas las obras en las que los autores hombres abordamos la paternidad desde lo fantástico pues domina por encima de todo lo autobiográfico, siempre realista, testimonial.

La repetición de personajes como los niños le permite configurar ese mapa de los miedos y los fantasmas de esa etapa
Esa era una de mis intenciones: reflejar los miedos de los niños, desde los más habituales (a perderse, a no ser queridos, a la muerte…) a los más terribles (siempre vinculados a la presencia onírica de monstruos fantásticos). Pero enseguida, como decía antes, se colaron los (mis) miedos paternos, miedos de los que yo no era consciente y que se despertaron en el momento en que fui padre (en 2012) y que han determinado la escritura de este libro. Tengo muy claro que estos cuentos no podría haberlos escrito antes de pasar yo mismo por esa experiencia (salvo uno, “La agonía del salmón”, que escribí hace años y que ahora, inevitablemente, ha modificado su sentido).

¿El lector descubre que la niñez es un mundo apasionante y desconocido?
Más que desconocido, es un mundo muchas veces olvidado, voluntaria e involuntariamente. Y es que además de representar esos miedos infantiles (y su reflejo en los padres) también he tratado en varios de los cuentos de ver la realidad a través de los ojos de los niños, observar, pensar y representar el mundo como ellos. Un ejercicio retórico —evidentemente (ya) no puedo ver la realidad como un niño— fascinante, revelador (también como espejo de mí mismo) e inquietante.


«Además de representar esos miedos infantiles (y su reflejo en los padres) también he tratado en varios de los cuentos de ver la realidad a través de los ojos de los niños, observar, pensar y representar el mundo como ellos».


¿Quizá Niños es un libro más personal?
Sin duda, por todo lo que he ido contando en mis anteriores respuestas. Es cierto que en los cuentos de mis libros anteriores nunca trato de ocultarme, siempre dejo que afloren mis delirios y obsesiones, mi forma de ver y pensar este mundo sin sentido. Además, muchas de mis ficciones se nutren de situaciones que he vivido en la realidad (basta pensar en mi libro Bienvenidos a Incaland®, en el que recojo muchas de las aventuras e irrealidades que viví durante un viaje por Perú). También suelo inspirarme en historias que me cuentan o que he leído o visto en películas o series. En el fondo soy un escritor realista… Pero estos Niños sin duda tocan fibras que no había explorado en anteriores libros, fibras directamente vinculadas con mi experiencia de ser padre, que a la vez se comunica —otro reflejo— con el examen de mi propia experiencia como hijo.

La relación padre-hijo ¿persiste a lo largo de toda una vida?
Habrá casos en lo que esa relación se rompa y nunca más vuelva a activarse, pero creo que estamos programados para mantener viva esa relación, con todos los placeres, felicidades y sinsabores que conlleva.

¿La estructura de este libro ofrece la visión de crecimiento de ese niño?
Debo confesar que, a diferencia de mis libros anteriores, la estructura no estaba planeada de antemano, sino que surgió cuando llevaba escritos cuatro o cinco de los relatos y me di cuenta de que los niños protagonistas no siempre tenían la misma edad. También me di cuenta de que los padres evolucionaban, aprendían y descubrían miedos y emociones nuevas. De ahí que optase por agruparlos de forma cronológica. Como me gusta mucho dividir los libros de cuentos en secciones (normalmente de carácter temático, aunque a veces también en función de la forma o la extensión), pensé en posibles organizaciones de carácter cronológico. Y ahí surgió la idea de reunirlos en función de las cuatro fases de la metamorfosis del insecto: huevo, larva, pupa y adulto. Aunque, evidentemente, ninguno de los niños del libro alcanza la edad adulta (los mayores tienen unos 10 u 11 años), los dos cuentos que conforman la última sección hablan simbólicamente del paso a la edad adulta, del ingreso en los horrores de la realidad adulta, de la separación de los padres y también del aprendizaje para hacerlo.

Cuando el lector llega a “Subsistencia”, ¿percibe de alguna manera que esa relación se ha cerrado definitivamente?
Sin hacer muchos spoilers, “Subsistencia” cierra el libro porque encarna lo que acabo de decir en mi última respuesta: el proceso de aprendizaje para la edad adulta y la separación de los padres, el abandono (simbólico) del mundo infantil. Un cuento terrible, el que más me ha costado escribir en mi vida.

¿Hay un espacio importante para la literatura en este libro?
En todos mis cuentos, si a eso te refieres, hay un constante juego intertextual con otros libros, con películas y series, con canciones, con cómics… con todo aquello que me gusta y me construye. Me gusta incluir referencias y guiños de los que hacer cómplices a los lectores. Referencias y guiños que no es obligatorio comprender/identificar para leer los cuentos, pero que los enriquecen.


«En todos mis cuentos hay un constante juego intertextual con otros libros, con películas y series, con canciones, con cómics… con todo aquello que me gusta y me construye».


¿Cómo queda demarcada la línea David niño y Roas literato en esta colección?
Buena pregunta que no sé cómo responder. El David niño es quizás el que sigue marcando mi visión delirante de la realidad, muchas de mis obsesiones y de mi forma de relacionarme con los demás, mi búsqueda del humor como perspectiva (y como defensa)… Todo ello lo usa el Roas escritor para construir ficciones más o menos acertadas sobre lo raros que somos y lo caótico que es el mundo. La lucidez infantil y el escepticismo adulto.

Para terminar, ¿se ha liberado de sus obsesiones y de sus miedos después de tanto tiempo?
Por lo que he ido respondiendo se hace evidente que no, que sigo agarrado a ellos. Son parte de mí y quizá sin ellos no escribiría lo que escribo. Prefiero inventar ficciones que pagar a un psicoanalista.




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