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¡Zas! Madrid | March 28, 2024

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"Pienso que en el arte la forma es el fondo. No hay más" - ¡Zas! Madrid

«Pienso que en el arte la forma es el fondo. No hay más»
Julio Jurado

Entrevista al escritor Iván Teruel

“Si la literatura deviene subversiva es porque se propone resquebrajar y traspasar toda esa pátina –hecha de prejuicios, de normas sociales, de mitos, de falsas creencias– que enmascara y desvirtúa gran parte de aquello que nos hace profundamente humanos pero que, sin embargo, solemos rechazar por miedo o ignorancia»

Hasta la fecha has publicado una edición crítica de un libro del siglo XVII, un ensayo y algunos relatos en diversas antologías que han tenido, en su mayoría, un aceptable recorrido. El libro de relatos El oscuro relieve del tiempo, editado en febrero por Cal•lígraf, es tu primer acercamiento en solitario a la ficción narrativa. ¿Dónde te sientes más cómodo, en el campo de la investigación y el ensayo o en el de la creación literaria?

El campo de la investigación es una tierra yerma, un lugar árido e inhóspito, en el que, de vez en cuando, surgen brotes verdes. Uno tiene que acostumbrarse a esos brotes verdes, modestos, pero seguros al final de cada viaje. Un investigador es un labrador abnegado en un medio hostil cuyo empeño siempre acaba ofreciendo alguna recompensa. La creación literaria es otra cosa. Te permite aspirar a la exuberancia del trópico, pero ni siquiera tienes tierra yerma al empezar. No tienes nada. Tienes el vacío. Tienes eso, la nada, ya lo he dicho. Y sin embargo, desde ahí puedes habitar cualquier territorio pródigo, cualquier naturaleza feraz: la selva amazónica, por ejemplo, por seguir en el trópico. Aunque siempre es un espejismo, apenas un destello, apenas un paréntesis en el vacío. A veces ni eso. A veces la creación es la permanencia obcecada en la nada. Pero prefiero el espejismo, el destello, el paréntesis, con toda su inconsistencia y su incertidumbre, que la modesta seguridad de los brotes verdes.

 

 

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El libro ha sido editado con mucho acierto y presenta una grafía generosa para su lectura; y además, los textos van acompañados por unas ilustraciones brillantes de temática expresionista que pertenecen a la escultora y grabadora Mercè Riba; artista de reconocido prestigio tanto nacional como internacional, y que nos ofrece a lo largo del libro unas imágenes desintegradas de realidad y muy turbadoras, una visión de un mundo alegórico que debe recuperarse en nuestro inconsciente y que impacta sobre la memoria de un mundo, el nuestro, despojado de ternura. La inclusión de sus ilustraciones en El oscuro relieve del tiempo, ¿ha sido una decisión de la editorial? ¿Qué piensas sobre los libros ilustrados?

Mercè Riba, además de escultora y grabadora, forma parte de la editorial Cal•lígraf. Cuando me reuní por primera vez con ellos, me preguntaron si me parecía bien que Mercè me ilustrara el libro. Me comentaron que el libro les había llamado la atención por la intensidad, y que, por lo tanto, la inclusión de ilustraciones podía lograr un doble efecto: por un lado, enriquecer la lectura del libro, aportándole otro foco, otra luz, otra perspectiva, en el afán de hilvanar dos visiones complementarias de un mismo mundo desde disciplinas artísticas diferentes; y, por el otro, favorecer la pausa y el respiro en la lectura, dadas las características de muchas de las piezas, concentradas, impactantes, dolorosas (palabras de los editores).

Les dije que me parecía fantástico, y eso que yo ni siquiera sabía entonces quién era aquella escultora que me mostraba, en la misma reunión, algunos dibujos para que me hiciera una idea de su estética. Después indagué un poco –ventajas de la virtualidad y del vicio de “guguelear”- y, al ver quién era aquella mujer que se ofrecía a ilustrarme el libro, tuve la sensación de que, más allá de cómo saliera el proyecto, había logrado uno de los objetivos principales de cualquier proceso creativo: lograr la comunicación íntima con alguien de tu misma sensibilidad (perdón: el orgullo nos vuelve altisonantes y cursis). Después, el proceso de confección del libro, la colaboración con Mercè fue muy interesante, porque me permitió observar zonas de mi propia narrativa desde el territorio de lo simbólico: la piedra como emblema de la propia existencia de los personajes, dura y frágil al mismo tiempo; las cuerdas como trasunto de su vínculo conflictivo pero indesligable; las vendas como proyección de la arbitrariedad del destino. Por tanto, el libro, con los dibujos de Mercè, se ha convertido en algo distinto a lo que era en un inicio, un producto que incorpora nuevas aristas y que añade matices muy interesantes al sentido global del conjunto.

Ese tipo de diálogo entre las dos formas de expresión que significan la literatura y la ilustración –y con esto respondo a la segunda parte de la pregunta– es el que a mí me gusta ver en un libro ilustrado. No aquellos en los que el artista plástico registra la superficie narrativa, la anécdota, sino aquellos en los que –como dijo Mercè en una presentación– cada uno de ellos, el ilustrador y el escritor, cava primero su propio pozo, en paralelo al otro, para después encontrarse en una galería interior que los acaba conectando.

 

 

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El oscuro relieve del tiempo presenta más de setenta cuentos estructurados en cuatro partes, aunque domina en el conjunto el microrrelato. Solo en la última parte («Cartografía de la derrota») los relatos crecen en extensión. ¿Han determinado estos últimos de alguna forma la estructura del conjunto? ¿Te sientes más cómodo en la brevedad que supone la escritura creativa dentro del género cuento o es un paso previo para desarrollar otras formas narrativas aún no exploradas?

Respecto a la primera parte de la pregunta: sí y no. En realidad, fue un poco al revés. La estructura que encontré para el libro me exigía componer tres o cuatro relatos de mayor extensión para equilibrar las partes. Se dio otra circunstancia: después de unos tres años trabajando casi en exclusiva el microrrelato, noté un cierto hastío con el género. Tenía la sensación de estar repitiendo recursos, estructuras y situaciones cada vez que me planteaba escribir un micro. Sin embargo, también sentía que había algunos temas recurrentes que no estaban agotados en sí mismos sino que necesitaban otro cauce para explorar nuevas vías. El cuerpo me pedía indagar sobre lo mismo pero de diferente manera: con nuevos aparejos y una actitud más demorada.

En relación con la segunda pregunta, una de confesiones: yo nunca he sido sintético; más bien, al contrario: he tenido una tendencia elefantiásica a la digresión. Mi género debería ser la novela. De hecho, yo siempre he querido escribir una novela. ¿Por qué entonces el microrrelato? Pues principalmente al calor de la blogosfera. Yo, que llevaba años siendo un escritor que no escribe, vi en las bitácoras literarias dedicadas al microrrelato la posibilidad de establecer un diálogo fructífero y, sobre todo, inmediato, con los lectores potenciales del blog. Entonces, abrí un blog (latijeradelish.blogspot.com), con la intención de «hacer dedos» y, a la vez, recibir comentarios críticos que me ayudaran en ese proceso de aprendizaje. Después, muchos de esos blogs se convirtieron en lo que se convirtieron: un espacio de devolución de halagos, un territorio dominado por la inanidad, pero yo aprendí mucho con la experiencia del blog, porque tuve bastantes lectores honestos de los que aprendí mucho, con algunos de los cuales, incluso, trabé amistad.  Todo lo cual, sin embargo, ha tenido un efecto contraproducente: acostumbrado a la brevedad, ahora no sé cómo escribir la novela que siempre he querido escribir.

 

 

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En tus relatos recorres, con un lenguaje despojado de ardides semánticos, ese mundo sensible que se nos presenta casi siempre de un modo cruel y opresivo y jamás deseado. ¿Cómo nace tu universo creativo: de la reflexión, de lo cotidiano, de la experiencia, de otras lecturas?

Hay un hecho curioso: siempre que me preguntan por mi universo creativo me veo a mí mismo conduciendo cuando vuelvo del trabajo (nunca en el trayecto de ida) o paseando a mi perro por la noche.  Creo que ese hecho es significativo y que de alguna manera responde a la pregunta. Dicho de otro modo: yo hablaría de confluencia de las cuatro realidades que nombras. Y esa confluencia entre la experiencia de lo cotidiano, la reflexión y las lecturas en mí se da cuando paseo a mi perro por la noche o cuando vuelvo en coche del trabajo. El día y el trabajo como estímulo primario, y el reposo y la noche como catalizador de todo lo que ocurre antes. Aunque seguramente será algo más complejo que eso.

¿La escritura para ti, surge para llenar un hueco que de no hacerlo quedaría vacío?

Daré un rodeo. Daré un rodeo confesando que un día atropellé una gaviota con el coche (sin querer, por supuesto). He contado esa anécdota cientos de veces a amigos, a compañeros de trabajo, incluso a alumnos, dándole siempre un tratamiento frívolo, confiriéndole un barniz irónico, buscando, en todo momento, la sonrisa de mis interlocutores. Pero ese hecho, de trascendencia aparentemente menor, no resultó tan ligero como yo lo suelo contar, porque me generó una turbación indefinible desde el mismo instante del atropello. Esa turbación indefinible nunca salió a flote cuando yo contaba la anécdota. De hecho, sigue sin salir a flote cuando todavía hoy la refiero oralmente. Sin embargo, esa turbación indefinible se convirtió al cabo de los años en el microrrelato «El maquinista», que es una pieza que busca nada menos que una reflexión sobre el perímetro de la existencia. Yo no sé si la escritura llena un hueco o, si por el contrario, escarba obstinada en vacíos preexistentes, pero tengo la impresión de que en mi caso funciona como la puerta de salida a algo que quizás no sabría manifestar de otra forma.

A qué das más importancia cuando te decides a narrar historias. ¿Al contenido, a la forma? ¿Qué otras particularidades narrativas te obsesionan cuando se presenta el proceso creativo?

En el arte la forma es el fondo. No hay más. En el campo de la narrativa, por ejemplo, los argumentos se repiten porque, en definitiva, nuestras existencias se parecen. Lo que vuelve sugestiva una obra es el particular tratamiento que le da un autor a unos temas y unos argumentos que son finitos, esa luz singular desde la que se alumbran determinadas zonas de la experiencia compartida. Y cuando hablo de forma no me refiero al uso de un lenguaje refinado o a la utilización de complejas estructuras narrativas. La forma es algo tan sencillo como decidir si los personajes hablan en estilo directo o indirecto; como poner un punto en lugar de una coma; como hacer que el narrador sea en primera o en tercera persona; como narrar la historia de manera lineal u optar por la inserción de saltos temporales. Todo eso es forma. Y todo eso afecta al fondo. Porque no se dice lo mismo en función de cómo se diga. Y todo eso es lo que me obsesiona a la hora de escribir: encontrar el cauce que mejor se ajuste a la historia que quiero contar. Y que ese cauce no solo sea indisociable del contenido sino también del mensaje. O dicho de otro modo: que la ética y la estética fundan sus planos y se conviertan en una única realidad literaria.

 

 

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¿Es la ironía un recurso que recorre tus textos?

En todo caso, en algunas composiciones existe una cierta distancia irónica con la que intento protegerme del principal riesgo que implica el merodeo permanente por el territorio de los sentimientos y la tragedia: generar la sensación de que los narradores o los personajes se regodean en el dolor con tal desmesura que acaban convirtiéndose en una caricatura de ellos mismos.

En tus relatos se advierte una subversión más que evidente de lo que se considera “la realidad”. Me refiero a esa imprudente necesidad que mantienen muchos escritores vivos de reproducir literatura fuera de la experiencia o del conocimiento interior; de convertirse en un mero profesional del entretenimiento. Tú no lo haces, o eso me parece. ¿Sabemos o queremos saber con certeza lo que es esa realidad que encontramos en el día a día y que nos obliga a perseverar en aquello que necesitamos o creemos necesitar?

En general, no me interesa la literatura demasiado superficial. Porque funciona como un producto desechable: cumple su cometido, en este caso, entretener, y se olvida con la misma facilidad con la que se ha digerido, sin dejar el menor rastro. Me gusta aquella literatura que me sacude, aquella literatura tras la cual uno cambia el paso o la mirada, aquella literatura que, de alguna manera, te somete a una especie de proceso permanente de transustanciación. Y eso tiene que ver con lo que dije al principio sobre los pozos que se cavan –o deberían cavarse– durante cualquier proceso creativo y con lo que acabo de decir sobre la ética y la estética. Si la literatura deviene subversiva es porque se propone resquebrajar y traspasar toda esa pátina –hecha de prejuicios, de normas sociales, de mitos, de falsas creencias– que enmascara y desvirtúa gran parte de aquello que nos hace profundamente humanos, pero que, sin embargo, solemos rechazar por miedo o ignorancia. La literatura no puede ser complaciente con esa realidad inhibidora y limitada. Debe ir más allá. Pero la cuestión es ¿cómo? ¿Cómo se consigue esa sacudida, ese tambaleo, ese cuestionamiento de un determinado orden, esa manera de poner en solfa determinadas convicciones? De nuevo la confluencia entre la ética y la estética. Esa debería ser la labor del escritor, luchar por lograr esa confluencia. Sabiendo, eso sí, que en la mayoría de ocasiones es una batalla perdida de antemano. Y ahora cobra sentido aquello que dije al principio sobra la permanencia obcecada del escritor en la nada, buscando apenas un espejismo, un destello, un paréntesis en el vacío. Ese espejismo, ese destello, ese paréntesis no son sino el momento fugaz de esta confluencia de la que hablo ahora.

Al sentirme incapaz de elegir y premiar alguno de tus relatos (se lo dejaremos a los futuros lectores), porque de hacerlo sería interminable la lista y tendría que hacer un nuevo inventario, me gustaría que nos dijeras de cuántos de ellos te sientes más satisfecho y el motivo.

Me vas a perdonar, pero yo también me siento incapaz de elaborar una lista. Por motivos diferentes a los que tú expones, claro, que tienen que ver, esencialmente, con la falta de distancia con respecto a mis propios textos. Así que prefiero no predisponer en un sentido u otro.

Háblame de tus autores preferidos y de las lecturas que consideras o has considerado importantes. ¿Eres deudor de algún escritor que haya influido en tu narrativa?

Difícil, también en este caso, elaborar una lista de autores y lecturas que me hayan marcado. Es difícil elegir. Así, a bote pronto, restringiendo la cosa a narradores del siglo XX (o de finales del XIX) y a aquello que más me ha impresionado de su obra, destacaría: la cadencia hipnótica de la prosa de García Márquez, la angustia vital de Kafka, los andamiajes narrativos de Vargas Llosa, la mordacidad hilarante de John Barth, la mordacidad afilada de Slawomir Mrozek, el lirismo descarnado y violento de Cormac McCarthy, el lirismo telúrico y amargo de Juan Rulfo, el lirismo onírico de Mircea Cartarescu, el lirismo melancólico de Thomas Wolfe, la pulsión vital exacerbada de Bolaño, el magistral retrato psicológico de los personajes de Tolstói o Dostoievski, el existencialismo de Camus, el derroche lúdico de Cortázar, el intelectualismo de Borges (aunque a Borges no lo he sabido leer del todo bien), la tensión insoportable de lo cotidiano en Raymond Carver, la honestidad y la lucidez de Chaves Nogales, la prosa diáfana y el compromiso ético de Stefan Zweig, la prosa atormentada de Thomas Bernhard, el merodeo dilatado del gesto en Onetti, la derrota y la desolación de los personajes de Dino Buzzati o la abulia elegante del Stoner de John Williams. Y otros muchos que me dejo. Como ves, ningún escritor puro de microrrelatos (si acaso Mrozek, a quien leí cuando yo ya aparqué el género, y parcialmente Borges y Cortázar). Y la mayoría novelistas. Lo cual no deja de ser curioso.

¿Qué te parece el “panorama literario”? ¿No hay demasiados escritores y editores y cada vez menos librerías abiertas y entusiasmadas con el producto libro?

He decidido, de un tiempo a esta parte, centrar mis lecturas literarias en los clásicos. Eso por un lado. Y, por el otro, empezar a leer libros de otros ámbitos (filosofía, historia, política, ciencia, economía, sociología) porque la conciencia cada vez más acusada de mi ignorancia me genera cierta ansiedad. A veces siento que me falta un conocimiento global indispensable para entender mejor el mundo. Y ese conocimiento difícilmente se logra estando pendiente de lo que tú llamas «el panorama literario» actual. Lo cierto es que no estoy muy al caso y tampoco me interesa demasiado. Leo a aquellos autores actuales -emergentes o consagrados- que me vienen recomendados por gente de cuyo criterio me fío mucho. Y respecto a la sobreabundancia de escritores y editoriales y el cierre de librerías, pues tengo la misma impresión que tú. Aunque me gustaría destacar la labor de algunas editoriales independientes por su empeño en la recuperación de clásicos -contemporáneos, sobre todo- y por su apuesta por el libro de calidad. Ahora mismo me vienen a la cabeza, entre otras, Periférica, Sexto Piso, Impedimenta, Nórdica, Hoja de Lata o Capitán Swing.

¿Tú también crees que lo que tiene calidad literaria acaba por publicarse, aunque luego se mantenga en un segundo plano más sostenido por el propio autor y su experiencia en las redes sociales?

Tengo la sensación de que cada vez prima más lo comercial sobre lo literario. Y estoy convencido de que la calidad literaria nunca ha vendido demasiado. Siendo así la ecuación, debe de haber un buen puñado de literatos cuyo talento nunca acaba de encontrar un espacio en el mundo editorial. De hecho, yo conozco el caso de un escritor argentino afincado en Barcelona cuya obra, incomprensiblemente, no ha sido publicada nunca. Y hablamos de un escritor en mayúsculas. Sobre todo comparándolo con la mayoría de las insustancialidades que se publican en los últimos tiempos.

¿Interesa de verdad que la cultura, en cualquiera de sus campos vitales, esté al alcance del individuo en escuelas y bibliotecas, ahora que parece que se nace con forma de tornillo o si tienes suerte de especulador financiero?

Yo le daría la vuelta a la pregunta. Y plantearía lo siguiente: ¿ha habido alguna época en la Historia en que la cultura haya estado más desinstitucionalizada y haya sido más accesible para todo el mundo? Llevamos encima todo el día, casi cualquiera de nosotros, con el móvil o la tableta, un dispositivo capaz de ofrecernos una cantidad ilimitada de conocimiento. A través de internet podemos descargar libros, consultar enciclopedias, visualizar, incluso, la edición príncipe del Quijote sin movernos del lugar en el que nos encontremos; y podemos ver fotografías de cualquier lugar del mundo o de cualquier especie animal en una resolución altísima; y también viajar por ciudades a través del Street Viewer, ver documentales, reportajes, conciertos, obras de teatro, etc. No es un problema de acceso a la cultura. La cultura está más cerca que nunca de nosotros, la llevamos encima. No, no es un problema de acceso a la cultura. Es, más bien, un problema de sensibilización hacia la cultura. Porque a pesar de tenerla tan cerca, la ignoramos en gran medida. Y en esa sensibilización sí que creo que tiene mucho que ver la orientación de lo que llamamos proceso educativo del individuo. De esto mismo hablaba el otro día el profesor de filosofía Manuel Cruz en El País en un artículo muy lúcido titulado «Visto uno, vistos todos». Venía a decir que los planes de estudios, en vez de procurar la formación integral del individuo para convertirlo en un buen ciudadano, estaban encaminados, cada vez más, a la especialización disciplinar, como consecuencia de la voluntad prioritaria de formar personal laboral cualificado. De eso también hablaba Vargas Llosa en su ensayo La civilización del espectáculo, de la tragedia que supone para la sociedad formar especialistas cuyo conocimiento se circunscribe, casi exclusivamente, a su ámbito profesional, el cual conocen al dedillo, pero a quienes les faltan las herramientas (llámalo cultura) para saber ver los engarces que convierten la realidad del entorno en un enorme tejido de relaciones interdisciplinares. Ese para mí es el gran problema. Y no es un problema que tenga visos de resolverse a corto plazo, porque las leyes de educación que se están aprobando avanzan hacia el ahondamiento de esa fractura.

 


RELATO INÉDITO DE IVÁN TERUEL CÁCERES

EL PASEÍLLO

María e Isabel, madre e hija, arrastran sus ojos incluso por debajo de su dignidad. La camioneta avanza por la Calle Ancha, seguida por un grupo de niños que apedrean a las veinte mujeres hacinadas en la parte posterior. Con la cabeza rapada, semidesnudas y mostrando de cintura para abajo los estragos del aceite de ricino, las mujeres pasean el verdadero rostro de la infamia. El Movimiento ajusta así algunas cuentas pendientes. Las de María e Isabel haber aparecido en una foto junto al exalcalde republicano. La comitiva del escarnio enfila ahora la Calle Real. Isabel no puede evitar alzar los ojos al pasar frente a su casa, y su mirada se cruza con la de dos niños pequeños. Entonces se vuelve hacia su madre, aprieta los dientes y dice: «Calva, apedreada y revuelta en mi propia mierda ante mis hijos, ante tus nietos: más me hubiera valido que me pegaran un tiro en la cabeza».


El oscuro relieve del tiempo de Iván Teruel, se presentará en Madrid el 18 de Abril (Sábado) en la librería Cervantes y Cía, calle Pez, 27 –Malasaña (Metro Noviciado), a las 19:45 horas.

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